Datos personales

Mi foto
El mundo que queremos es uno donde quepan muchos mundos. La Patria que construimos es una donde quepan todos los pueblos y sus lenguas, que todos los pasos la caminen, que todos la rían, que la amanezcan todos. Hablamos la unidad incluso cuando callamos. Bajito y lloviendo nos hablamos las palabras que encuentran la unidad que nos abraza en la historia y para desechar el olvido que nos enfrenta y destruye. Nuestra palabra, nuestro canto y nuestro grito, es para que ya no mueran más los muertos. Para que vivan luchamos, para que vivan cantamos...(Manifiesto Zapatista)

17 septiembre 2010

Otoño Estación

*


Otra vez Otoño, y Edmundo Ibañez ya se aprestaba para el ritual de todos los años. De las cuatro estaciones, la de las hojas secas en las calles era su preferida. ¿Por qué? Pues porque Edmundo Ibañez creía fervientemente que cada cosa, situación o etapa en la vida tiene música propia. Sí, aunque ustedes no lo crean, las personas no tienen más que tocar los instrumentos y entregarse a su melodía. Y claro, la otoñal era su preferida.

Podría decirse que era un "soñador" o un "trasnochado", o hasta juzgarlo de sentimentalismo barato. Pero ninguna de estas palabras afectaba en absolu
to a Edmundo Ibañez. No había mejor día que un día nublado, con pequeñas e incesantes gotas cayendo de esas nubes sollozantes, y una buena vereda sin barrer.

Edmuno Ibañez se abrigaba (bufanda incluida), tomaba su viejo paraguas marrón, y sin más ni más avanzaba por el ocre camino crujiente. Ah! qué sensación! sht! silencio! Escuchen...el incansable golpeteo de la llovizna sobre el paraguas; la respiración agitada de los raudos peatones que dan mayor jerarquía al espectáculo exsalando su tibio vapor; las bocinas angustiantes de los apurados de siempre y el crujir infinito y sempinterno de las hojas.¡Música!¡Música!¿La escuchan? ¡Sí! ¡Música! El cuerpo solo se dajaba llevar por la cadencia del ritmo!

Claro que muchas veces en el éxtasis de la danza se había llevado por delante a más de una señora entrada en años y nervios, por lo que se ligaba buenos carterazos e inpronunciables palabras en bocas de tan distinguidas damas.

Pero que más daba, eso le agragaba emoción al asunto. Qué importaba si su arte lo hacía incomprendidamente feliz. Pensaba que él y los demás hombres fluían y se transformaba, y terminaban disolviéndose. Pero la música, ese momento en que los sonidos y su cuerpo se conjugaban, era inmortal. Quizá la raiz de todo arte fuera el temor a la muerte, nos horroriza ver como las flores se marchitan y las hojas de los árboles caen una y otra vez, y en el propio corazón sentimos que nosotros también somos transitorios. Pero con estos momen
tos nos aseguramos que algo perdure mucho más; como una pintura, una escultura, un poema una canción...hay momentos que trasienden el tiempo.

Él vivía, los demás sólo existían.




Lo único que había que hacer era seguir el sendero de hojas en esos días en que la orquesta estaba a pleno. En zig zag, avanzando y volviendo, a la derecha, a la izquierda y otra vez a la derecha, saltos y a saltitos. Nunca perdiendo el compás.

Y así, en tales proesas se encontraba un día, cuando al alzar la mirada vió a alguien, alguien que escuchaba la misma sintonía. Como una aparición, ante sus ojos estaba Ella, con un paraguas rojo y un gamulán al tono, esa pareja de baile que siempre soñó. La más bella, la más natural, la más espontánea, la más feliz.

Sus miradas se cruzaron y como hipnotizados acompañados del coro de gotitas en su paraguas siguieron la danza uno frente al otro...acercándose, poco a poco, girando a veces, retrocediendo otras tantas; y siempre sobre el bendito colchón amarillo...crac!...crac!...crac!

De pronto el coro cesó.

La llovizna mojaba sus rostros, y los dos, aceptando el refrescante regalo celestial reían y reían, con los ojos abiertos y sintiendo como la vida se le metía por los poros. Respirando...absortos, casi hipnotizados se encontraron de pronto cada vez más cerca, sus labios se dejaron llevar, sintiéndose mucho más alegres para unirse eternamente en esos besos que funden los sueños con la realidad.

Pero no había que perder el paso, ya estaban casi todas las hojas deshechas y la música empezaba a apagarse. Fieles a su arte cada uno debía seguir su camino. Con una última mirada complice se despidieron esperando reencontrarse pronto al son de los crujidos.

Pero no fue así. Quizá esos rieles de follaje amarillo la llevaron por otros parajes, quizá todo fue una ilusión o un regalo divino para la memoria y el corazón. Lo cierto es que Edmundo Ibañez no deja de bailar cada año, siguiendo los acordes del clima, aplastando la muerte y esperando que en las vías de aquella Estación otro Otoño los vuelva a encontrar.







*

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores